Una espiritualidad para nuestro tiempo

Dentro de la única espiritualidad de la Iglesia, el MVC descubre una impostación propia que brota como respuesta al impulso del Espíritu Santo, desde el aquí y ahora de su experiencia, en atenta mirada a los signos de los tiempos y, sobre todo, al destino del ser humano según el divino designio. La espiritualidad es la concreción de la fe en la vida, es vida en la historia. Por ello, el MVC se descubre invitado a responder desde su carisma en la comunión de la Iglesia a los desafíos e interrogantes del ser humano de este tiempo. Se reconoce llamado a vivir y a anunciar el Evangelio desde un estilo propio, buscando responder a inquietudes y vacíos de un tiempo histórico dado, en fidelidad a la acción del Espíritu en ese propio tiempo. Se plasma así un modo de experimentar sin rupturas, armónicamente, lo universal del modelo y del mensaje cristiano en lo concreto, situado cultural e históricamente.

El fundamento de la vida cristiana: la fe

La espiritualidad del MVC se funda en la fe de la Iglesia. Con la conciencia de que no basta con acogerla y adherirse a ella, sus miembros aspiran a vivirla con intensidad y a perseverar en ella, impulsados en todo por la gracia de Dios que suscita la fe, «que se adelanta y nos ayuda, juntamente con el auxilio interior del Espíritu Santo»[1]. Los emevecistas tienen la convicción de que es necesario dejarla crecer, permitiendo obrar al Espíritu Santo, que la perfecciona constantemente, al tiempo que así, fortalecidos, cooperan poniendo los medios a su alcance para responder al designio divino. Conscientes de la propia fragilidad y del don del Altísimo, repiten desde lo hondo del corazón de cada cual: «¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!»[2].

La fe compromete a la persona entera. Aunque la fe se expresa en nociones, es creer en la Verdad que Cristo nos revela, es también vida que invita no sólo a la experiencia vital de la fe, sino del amor. La vida cristiana es el desarrollo y maduración de la fe en Jesucristo, que nutre la esperanza y se hace plena en la caridad. Como todos los hijos de la Iglesia, los emevecistas están invitados a vivir la fe de manera coherente, en todas sus dimensiones:

fe en la mente, entendida como adhesión a la fe que la Iglesia profesa, que conlleva el compromiso por conocerla y profundizar en ella, así como la asimilación de los criterios evangélicos para juzgar las realidades según la mente de Cristo[3];

fe en el corazón, que lleva a amar al Señor buscando adherirse a Él y acoger sus enseñanzas, obedeciendo amorosamente a lo que Él ha dicho, como cuando desde lo alto de la Cruz, en el Altar del Gólgota, invita a recorrer el camino del amor filial a María. Ella a su vez nos dice como a los servidores en Caná: «[exclamdown]Haced lo que él os diga!»[4];

fe en la acción, expresada en el seguimiento concreto del Señor, en la propia vida, en el apostolado y en el servicio solidario, buscando que la fe con que cada quien ha sido bendecido dé frutos en la vida cotidiana, pues «la fe, si no tiene obras, está realmente muerta»[5].

El MVC aspira ser una comunidad fundada en la fe, la misma fe de los Apóstoles[6], la fe que el pueblo cristiano entero, unido a sus Pastores presididos por el Sumo Pontífice, busca conservar, practicar y profesar[7]. La vocación apostólica del Movimiento lleva a sus miembros a compartir el don de la fe que gratuitamente han recibido. Los emevecistas están convencidos de que la fe se fortalece compartiéndola. Ven en la Inmaculada Virgen María el modelo de apertura al don de la fe y de fidelidad a su dinamismo.


Espiritualidad trinitaria

La espiritualidad del MVC es eminentemente trinitaria. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, «Dios es único pero no solitario»[8]. Por la fe sabemos que Dios se ha revelado en el Señor Jesús como Comunión de Amor[9]. «En la irrupción del Verbo Eterno en la historia humana, a través de la puerta de la Anunciación-Encarnación, tenemos el acontecimiento central de la manifestación del misterio de Dios Comunión de Amor que quiere reconciliar a los hombres consigo»[10].

El ser humano descubre en lo profundo de su ser una nostalgia de reconciliación[11] que expresa el anhelo de la comunión con la Santísima Trinidad perdida por el pecado original. El Plan de Dios contiene una invitación a participar de la Comunión Divina de Amor[12]. Y por la fe sabemos que Dios tiene un camino pedagógico para ir encaminando al ser humano a la participación en la Comunión Divina.

En el Señor Jesús, mediador y plenitud de toda revelación[13], se nos ha manifestado que la Trinidad es una Comunión creadora y reconciliadora. Luis Fernando, destacando la centralidad de este misterio, señala: «A la luz del misterio trinitario (...) recibimos la conciencia del valor de la persona, su apertura dialogal, así como la necesaria dimensión comunicativa de los bienes, ante todo los personales, los talentos que el Señor nos ha concedido; y también, obviamente, los bienes perecederos»[14].

El ser humano debía realizarse como imagen creada de Dios, reflejando en su vida y acción el misterio divino de comunión, así como plasmando este dinamismo de comunión en su convivencia con sus hermanos, y en la acción transformadora sobre el mundo. En el Señor Jesús descubre el camino para vivir esta vocación. De esta forma encuentra la manera de dar gloria a Dios y participar de la comunión de la Santísima Trinidad. Como comunidad eclesial, el MVC descubre que está llamado a ser un espacio de encuentro con Dios, Comunión de Amor, a través de la conformación con el Señor Jesús.

Espiritualidad cristocéntrica

Con los ojos de la fe los miembros del MVC acogen con reverencia y sobrecogimiento el acontecimiento central de la historia: la Encarnación del Verbo Eterno en el seno virginal de María Inmaculada para redención y reconciliación de la humanidad. La espiritualidad del MVC tiene como centro al Señor Jesús. En Él nos es revelada la verdad sobre Dios Padre[15]. Y en Él se nos ofrecen las respuestas para los anhelos más profundos del ser humano, puesto que en Él se esclarece el misterio de su existencia. Como enseña la Gaudium et spes, «Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación»[16]. Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida[17], es el fundamento de nuestra existencia.

El MVC tiene una especial sensibilidad frente al gran misterio de la Encarnación y a la luz que proyecta sobre el ser humano. En el Señor Jesús «la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a una dignidad sin igual»[18]. Él sana la ruptura del pecado y nos devuelve la comunión perdida, pues, como dice el Apóstol: «Dios nos reconcilió consigo por Cristo»[19]. Por su Pasión, Muerte y Resurrección hemos sido redimidos. «Cordero inocente, por su sangre libremente derramada, mereció para nosotros la vida, y en Él Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros y nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado»[20]. Así, pues, como señala el documento de Santo Domingo, «Él, y sólo Él, es nuestra salvación, nuestra justicia, nuestra paz y nuestra reconciliación»[21].

La aspiración de los emevecistas es vivir la plena conformación con el Señor Jesús, particularmente en su estado de Hijo de Santa María. Se trata de una total adhesión configurante a Cristo liberador y reconciliador. Es una dinámica centrada en el encuentro: Dios que sale al encuentro de su creatura y le ofrece la reconciliación, y el ser humano que acoge esa invitación y desde su libertad lo sigue. Es lo que está expresado de manera muy hermosa en el Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo»[22].

En el Señor Jesús los emevecistas descubren no sólo a quien los redime, sino también a quien es el modelo de vida plena. Es el mismo Señor Jesús quien nos muestra la dimensión paradigmática de su vida, pues Él se presenta como modelo para la vida de amor y comunión[23]. El MVC quiere cooperar para que sus miembros aprendan de Él a vivir una vida auténtica, es decir una vida cristiana. Desde su amorosa fidelidad al divino Plan el Señor Jesús nos descubre el sendero que nos conduce a la comunión con la Santísima Trinidad. Su relación filial, su oración, su obediencia amorosa al Padre, son modélicas para todos los creyentes. Por ello los emevecistas quieren mirar con atención a quien es el paradigma de humanidad plena para conformar la propia vida y acción.

Esta plenitud de vida a la que nos invita el Señor Jesús se obtiene por obra del Espíritu Santo. Vivir la vida cristiana implica apertura y docilidad al Espíritu que derrama el amor de Dios en los corazones[24]. «El Señor Jesús revela al Espíritu Santo y lo envía de parte del Padre para acompañarnos. Él establece una relación personal con cada cual, derramando el amor de Dios en la vida interior. Él pone una señal en aquellos a quienes vivifica, guiándonos a la verdad que nos hace libres, llenándonos de esperanza, infundiéndonos fuerza, ayudándonos a rezar y dirigiéndonos en la praxis apostólica y en la vida cotidiana de fe, y regalando al ser humano que toca con los frutos todos del Espíritu»[25].

Espiritualidad mariana

La espiritualidad del MVC es también eminentemente mariana. Este rasgo encuentra su fundamento en el Testamento del Señor Jesús desde lo alto de la Cruz, cuando mirando a Santa María y a San Juan, «dice a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa»[26]. Es pues el mismo Cristo quien nos señala a su Madre. Y María nos muestra con su vida y amor a su Hijo Jesús, nos devuelve hacia Él, nos invita a actuar según lo que Él diga[27]. El Fundador del MVC ha sintetizado este dinamismo en la frase: «Por Cristo a María y por María más plenamente al Señor Jesús»[28].

Los emevecistas se acercan a María como la Madre del Señor Jesús y también Madre suya en el orden de la gracia[29]. Ella es ejemplo de acogida y fidelidad al designio divino, como se ve en el generoso y decidido Guénoito, Hágase que pronunció ante el ángel Gabriel[30] y ratificó en el Altar del Gólgota al pie de la Cruz[31]. María es por ello modelo de fe y paradigma de unidad, de humanidad reconciliada y de vida cristiana. Ella no sólo nos muestra lo que significa llevar y anunciar la Palabra viva, sino que es también modelo de solidaridad, como se ve en la visita a su parienta Isabel. El MVC impulsa a sus miembros a volver la mirada y el corazón hacia María para pedirle que, como en las Bodas de Caná, interceda por nosotros y nos guíe, auxilie y enseñe a ser como su Hijo Jesús. Su maternal presencia invita a una respuesta de amor, de amor filial. Por ello en el MVC se aspira a amarla como la amó su divino Hijo[32]. El amor filial a Santa María nace del Testamento de la Caridad al pie de la Cruz. Cada cual acoge en el propio corazón la invitación que hace el Señor en San Juan: «He ahí a tu madre». Y como el discípulo amado, acepta la invitación, y llamándola Madre, la reconoce con vivificante confianza como auxilio, intercesora, guía, consuelo y educadora de la fe.

De este amor surge un proceso dinámico y fecundo inspirado en el Señor Jesús que se ha denominado de amorización. «El proceso de amorización, como llamamos en nuestra impostación espiritual al dinamismo de amor al que el Señor nos invita al llamarnos a reconocer a María como auténtica Madre nuestra, digo, precisamente el proceso de amorización nos va llevando a la configuración con el Señor Jesús, por la amorosa gracia que el Espíritu derrama en nuestros corazones»[33]. Este proceso lleva a vivir los tres amores del corazón del Señor Jesús: a Dios Padre, a Santa María, y a nuestros hermanos.

El MVC quiere vivir la espiritualidad de María. Esta espiritualidad es totalmente cristocéntrica. «La vocación que tenemos como cristianos -señala Luis Fernando- es la de vivir el estado de Jesús, y éste es el de Hijo de María. No se trata, en ningún momento y bajo ningún aspecto, de una actitud melosa y pietista, ni de considerar a María como una deidad femenina. Ello sería una exageración inadmisible, y está muy lejos de la sólida y sobria piedad que exige la condición de vivir el estado de hijo de María. Ésta es una devoción eminentemente cristocéntrica, fundada en la más firme conciencia de la dependencia de María de la persona, hechos y dichos del Señor Jesús; pero también marcada por la convicción de que sin la presencia mariana subordinada se lesiona seriamente el Plan salvífico de Dios»[34].

María tiene una función dinámica en la vida de la Iglesia y de cada creyente. Ella sigue acompañándonos en el peregrinar terreno y, cumpliendo con el mandamiento del Señor en la Cruz, actúa maternalmente en la vida de la Iglesia intercediendo por sus hijos, ayudándolos a caminar hacia el encuentro pleno con Jesús. Por ello la llamamos Madre de la vida cristiana[35].

Espiritualidad de la vida cotidiana

En el mundo de hoy y en una situación que amenaza agravarse en el futuro, se descubre una profunda separación entre la fe y la vida cotidiana. El programa de la Nueva Evangelización empieza por la renovación de la propia vida de fe, poniendo los medios para que se viva una auténtica vida cristiana. Esta vinculación entre fe y vida se hace concreta en la vida cotidiana[36]. Como ha afirmado el Fundador, «se trata de superar actitudes que oponen cotidianeidad a dominicalidad, vida diaria a culto, buscando, como dice San Pablo, transformar la existencia propia en culto agradable a Dios[37]»[38].

El MVC considera que la unidad constitutiva de la persona es una invitación a vincular la vida y la praxis concreta y cotidiana con la fe. Las tareas y actividades de cada día, el trabajo, la vida de familia, el compartir común, los momentos de encuentro y comunión con los demás, todo ello, en la medida en que es vivido en presencia de Dios, ofreciendo constantemente al Señor el esfuerzo cotidiano por cumplir su Plan, constituye una instancia privilegiada de santificación en medio del mundo, haciendo de la vida de cada cual un culto agradable a Dios, un gesto litúrgico[39]. Por eso, como María, los emevecistas tratan de vivir una espiritualidad de lo cotidiano. Esta espiritualidad se nutre de la fe y el amor de Dios y se hace concreta en el servicio amoroso con un horizonte que se impregna de esperanza. Aspira por ello a ser una espiritualidad eminente activa, pronta para el servicio, como la de María.

El don de la reconciliación

El MVC quiere comprometerse en la causa de la reconciliación. Ante las múltiples rupturas que afectan al mundo y que son contrarias al Plan de Dios quiere hacer un esfuerzo permanente por vivir y difundir el don de la reconciliación traída por el Señor Jesús. El MVC está convencido de que «la reconciliación no sólo es una aspiración, sino una aguda necesidad que se vive con dramáticas características en el mundo actual»[40]. Los signos de los tiempos indican claramente que estamos en la hora de la reconciliación. El MVC considera, por ello, que la reconciliación es un tema central de la Iglesia. Y cree además que, como ha enseñado el Papa Juan Pablo II, «es legítimo hacer converger las reflexiones acerca de todo el misterio de Cristo en torno a su misión de reconciliador»[41].

Esta reconciliación lleva a sanar la ruptura fundamental que es la ruptura con Dios. Como enseña el Catecismo de la Iglesia, el pecado es «ruptura de la comunión con Él»[42] y como tal pérdida de la armonía original[43]. Esta ruptura genera a su vez otras rupturas en la vida del ser humano: consigo mismo, con los demás y con la creación. El documento de Santo Domingo lo expresa claramente: «Recocemos la dramática situación en la que el pecado coloca al hombre. Porque el hombre creado bueno, a imagen del mismo Dios, señor responsable de la creación, al pecar ha quedado enemistado con Él, dividido de sí mismo, ha roto la solidaridad con el prójimo y destruido la armonía de la naturaleza»[44]. Por eso el Papa Juan Pablo II habla de una cuádruple ruptura[45] que exige a su vez una cuádruple reconciliación que, partiendo de la relación con Dios, se proyecte a todas las demás dimensiones.

La reconciliación es una clave hermenéutica para aproximarse al misterio de la redención y esclarecer el sentido de la existencia del ser humano. Es por ello una clave para entender nuestra realidad y nuestro tiempo[46]. Dentro de este panorama se presenta también como un ángulo de visión privilegiado para captar más hondamente el sentido último del misterio cristiano y el camino de realización integral de la persona humana, anhelo sentido con acentos fuertes entre los hombres y pueblos de nuestro tiempo.

Los emevecistas aspiran a vivir la reconciliación con Dios como dinamismo que da sentido e impulsa sus vidas, abriéndose a la reconciliación consigo mismos y a cooperar con todos los hermanos para vivir ese don de Dios como sociedad justa y reconciliada, y también buscando, según el designio divino, la reconciliación con la creación, dando recto uso a todos los bienes que el Señor ha puesto para beneficio del ser humano.

Medios

Los medios de los que se vale el MVC para alcanzar sus fines son todos aquellos que responden al espíritu evangélico y a la fidelidad a la Iglesia. Entre ellos les da un papel especial a los siguientes[47]:

a. La fidelidad personal a la consagración y promesas del Bautismo y de la Confirmación, por los que Dios Padre nos hizo en el Señor Jesús por su Espíritu hijos de su Iglesia, dando inicio a nuestro caminar concreto a la propia santificación, al apostolado y al servicio.

b. La participación activa en la Sagrada Liturgia —cumbre y fuente de la vida cristiana—, como celebración de la fe y de la vivencia comunitaria del Pueblo de Dios que peregrina, en especial en la Eucaristía y en el sacramento de la Reconciliación.

c. La conformación con el Señor Jesús, Hijo de María, quien «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»[48].

d. El amor filial a María, que conduce al ser humano que lo vive a recuperar la plena semejanza con el Señor Jesús.

e. Una particular devoción a la Inmaculada Concepción de la Madre del Señor, y el rezo del Rosario.

f. La lectura oyente de la Palabra de Dios en espíritu de oración, buscando descubrir en ella, como nos es transmitida por la Iglesia, orientaciones para la vida, así como una instancia crítica de los proyectos humanos.

g. La orientación de la vida cotidiana en espíritu de oración, el ejercicio de la presencia de Dios y el examen continuo de intenciones.

h. El estudio y la formación permanente, personal y en común. Formación en la fe, en la competencia en el trabajo según la propia vocación, en la orientación cristiana para el propio trabajo o responsabilidad, y formación para la vida.

i. La profundización en la enseñanza social de la Iglesia, y la praxis según sus orientaciones.

j. La activa participación en las responsabilidades de evangelización y de servicio, en todos los ambientes y realidades de la vida social y cultural, de manera especial, pero no exclusiva, en la solidaridad fraterna que hace concreto el amor por el pobre.

k. La difusión de opciones de reconciliación, amor, comunión y paz ante las diversas rupturas del hombre y de la sociedad.


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Notas



[1]Dei Verbum, 5.



[2]Ver Mc 9,24.



[3]Ver 1Cor 2,16.



[4]Jn 2,5.



[5]Stgo 2,17.



[6]Ver 2Pe 1,1.



[7]Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 84.



[8]Catecismo de la Iglesia Católica, 254: Fides Damasi, DS 71.



[9]Ver 1Jn 4,8.16.



[10]Luis Fernando Figari, Trinidad y Creación, Fondo Editorial, Lima 1992, p. 25.



[11]Ver S.S. Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 3.



[12]Ver Puebla, 182.



[13]Ver Dei Verbum, 2.



[14]Luis Fernando Figari, Trinidad y Creación, ob. cit., p. 31.



[15]Ver Jn 1,18; 14,8-9.



[16]Gaudium et spes, 22.



[17]Ver Jn 14,6.



[18]Gaudium et spes, 22.



[19]2Cor 5,18.



[20]Gaudium et spes, 22.



[21]Santo Domingo, 6.



[22]Ap 3,20.



[23]Ver Jn 13,34-35; 15,12.



[24]Ver Rom 5,5.



[25]Luis Fernando Figari, Trinidad y Creación, ob. cit., pp. 35-36.



[26]Jn 19,26-27.



[27]Ver Jn 2,5.



[28]Ver Luis Fernando Figari, En compañía de María, Vida y Espiritualidad, Lima 41995, pp. 16ss.



[29]Ver Lumen gentium, 61.



[30]Ver Lc 1,38.



[31]Ver Jn 19,26-27.



[32]Ver Santo Domingo, 15.



[33]Luis Fernando Figari, María y la vocación a la vida cristiana, Fondo Editorial, Lima 1995, p. 43.



[34]Luis Fernando Figari, En compañía de María, ob. cit., pp. 10-11.



[35]Ver Luis Fernando Figari, María y la vocación a la vida cristiana, ob. cit., pp. 17ss.



[36]Ver Gaudium et spes, 38.



[37]Ver Rom 12,1.



[38]Ver Luis Fernando Figari, Una espiritualidad para nuestro tiempo, Vida y Espiritualidad, Lima 21995, p. 41.



[39]Ver Puebla, 213.



[40]Luis Fernando Figari, El pecado original, niveles de ruptura y reconciliación, en Horizontes de Reconciliación, Vida y Espiritualidad, Lima 1997, p. 9.



[41]S.S. Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 7.



[42]Catecismo de la Iglesia Católica, 1440.



[43]Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 400.



[44]Santo Domingo, 9.



[45]S.S. Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 8.